FRANKENSTEIN Y EL YOGA

Recién terminé de leer Frankenstein, o el Moderno Prometeo, de Mary Shelley.

Me sorprende que alguien tan joven, 19 añitos, haya podido escribir semejante obra.

Obviamente es un clásico, que se ha llevado varias veces al cine, quizá la representación más famosa es la de Boris Karloff, aunque esta versión, la de 1931, fue una versión (muy) libre de la novela.

Advertencia, haré spoilers, si no has leído la novela o visto algunas de sus películas.

Igual creo que todos saben la historia:  En la versión original, Frankenstein era un científico obsesionado con la idea de revivir la vida desde la muerte, así que juntando partes de distintos cadáveres creó un hombre al que le le llamaba «la criatura»,

Esta criatura, que en principio tenía el deseo de ser querido, aceptado por los otros, se vio rechazado por el terror que daba su aspecto. 

Ya te imaginarás, un hombre de unos dos metros y medio, con remiendos en todo su cuerpo y su cara, espantoso, además con una fortaleza formidable. Era obvio que producía mucho miedo verlo.

«La criatura» al verse rechazado, despreciado, se dejó llevar por la frustración, la tristeza, la ira, la envidia, empezó a matar a seres queridos del científico.

«La criatura», a mi modo de ver, era más humana, más sensible que su mismo creador, Frankenstein.

Me producía más ternura y compasión que el mismo científico, que luego de haber tenido la soberbia, incluso la desfachatez de desentenderse de «La criatura» después de haberla creado, se hallaba luego con sentimiento de culpa y dolor, por todo lo que estaba pasando. Además del odio visceral que le tenía a su propia creación.

«Todo esto está muy bien, Carlos, pero… ¿Qué tiene que ver todo esto con el yoga?»

Directamente nada. Cuando se escribió esta novela, a principios del siglo XIX, creo que no se sabía nada del yoga en occidente.

El punto al que voy es que muchas veces, así como a Frankenstein, desde nuestra soberbia, nuestra incapacidad de ver las consecuencias, la imprudencia, creamos «monstruos» que destruyen relaciones, amistades, empleos, y luego, como al científico, nos sobre pasa.

Ese monstruo que podríamos crear podría nacer simplemente de una palabra dura, pasando de corazón en corazón, creciendo y creciendo, hasta convertirse en una ola de odio.

Lo sé, no tenemos tanta maldad como Frankenstein (eso espero), sin embargo gota a gota se llena el cántaro, y todo surge en dependencia de condiciones, todo lo que pensemos, digamos o hagamos, repercute en otros, multiplicándose exponencialmente, hasta ver consecuencias que no imaginábamos.

Así que es mejor que pongamos a nuestro Frankenstein a hacer yoga, y a meditar, por si las dudas.

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